1981: el
año de “Nucleares no, gracias” y
el de “OTAN, de entrada,
tampoco”; el de la Ley del
Divorcio, el “23 F” y el
secuestro de Enrique Castro, “Quini”;
el año en que nos compramos el
primer “walkman” y Miles Davis
salió de su letargo; el del
inicio de la movida madrileña.
El mismo año en que arrancó el
Festival de Jazz del San Juan
Evangelista, un 26 de noviembre,
con Art Blakey y sus “Jazz
Messengers” y la “crítica joven”
–José Manuel Gómez y servidor-
presente en la sala con la
misión de entrevistar a los
integrantes de la banda por
encargo del director de la
revista “Quartica Jazz”. Wynton
Marsalis –entonces, un mocoso-
fue el último en pasar ante
nosotros y al que más
rápidamente despachamos. Nuestro
diagnóstico: un sujeto engreído
(en eso teníamos razón) y sin
ningún futuro. No tuvimos que
esperar demasiado para ver como
este mismo llevaba al jazz a una
nueva era de rancia “posmodernidad”;
pura casualidad que ese año
saliera elegido Ronald Reagan
presidente de los Estados
Unidos.
Echa uno la vista a la historia
de estos últimos 25 años de jazz
y festival y se topa con quienes
ya no están y siempre
recordaremos, el caso de los
cuatro colosos -George Adams,
Don Pullen, Cameron Brown &
Dannie Richmond- reunidos en un
grupo, “Mingus Dinasty”, para
muchos, el mejor conjunto de
jazz de su época; tampoco
olvidaremos -¡como podríamos
hacerlo!- al saxofonista Joe
Farrell y al trompetista Woody
Shaw, ambos fallecidos a poco de
tocar en el San Juan; ni al
exuberante Eddie Harris o al
“bluesman” Memphis Slim, todo un
“don Juan” a sus 71 años.
La lista de mitos del jazz que
dejaron su huella en la historia
del festival es virtualmente
interminable: Tony Williams y
Elvin Jones; Dizzy Gillespie
(¡con Sam Rivers al saxo tenor!)
y Lester Bowie; Jackie Mclean,
Michel Petrucciani, Philly Joe
Jones, Milt Jackson…. con Chet
Baker fue el acabóse, más por el
morbo que su figura despertaba
que por su música; lo de
Stephane Grappelli fue otra
cosa: Enrique Tierno Galván,
aunque no en persona, le
condecoró y por una vez, pudimos
sentir que la Autoridad estaba
verdaderamente “al loro”.
Hubo otras sesiones que marcaron
época y, acaso, llamen menos la
atención a quienes no las
vivieron; aquel octeto que
reunió el gigantón George
Coleman el primer año de
festival (su versión de “On
Green Dolphyn Street” no ha sido
superada) o la exhibición de
serena majestad con que nos
obsequió el demasiado olvidado
Hannibal Marvin Peterson; o la
“jam session” comandada por el
saxofonista Dave Schnitter y el
trompetista Claudio Roditti el
segundo año de festival, que fue
estupenda desde la primera nota
y lo fue todavía más cuando,
finalizando la misma, salió Juan
José González –un “must” en el
San Juan- para cantarse una de
aquellas cosas que se cantaba
cada vez que salía a un
escenario sin avisar y nadie ha
sabido definir porque no hay
quien las defina.
“Jazz-flamenco-atonal” con la
marca de la casa. Juanjo, o sea.
Más conciertos memorables: el
protagonizado por el baterista
Beaver Harris, que nos permitió
compartir momentos de oro junto
a algunas leyendas del nuevo
jazz, como el pianista Dave
Burrell. Otro héroe sin corona
del jazz, el también pianista
Paul Bley, actuó en dos
ocasiones memorables: la
primera, en solitario, en el año
1988, y la segunda, nueve años
después, en trío, recordando a
su amigo, y el de todos, Ebbe
Traberg, entrañable pionero de
la escritura de jazz, poeta y
experto vividor, fallecido en el
año 1996.
Porque teníamos el San Juan,
pudimos escuchar a Ornette
Coleman y “Prime Time” y a Henry
Threadgill con “Very, Very
Circus”: el tipo de jazz fuera
de la norma que no se escucha en
ningún otro lugar. Aplíquese lo
dicho a quienes, aún siendo
jóvenes y suficientemente
preparados, encontraron acomodo
en una programación que siempre
ha huido de lo consabido.
Músicos como James Carter, Dave
Douglas, David S. Ware, Kurt
Elling, Steve Coleman o Uri
Caine...
Y los de aquí, “sanjuanistas” de
pro como lo es Vlady Bas y lo
fue Tete Montoliu (inolvidable
su concierto junto al “afilado”
Pepper Adams) y hasta Chano
Domínguez; o el blues, presencia
constante y gozosa a lo largo de
todos estos años…
Y todo esto ocurrió en el San
Juan… ¿y donde si no?.
José María
García Martínez
Socio de Honor ·
El País
|