Nueva
vista de Tete Montoliu a Madrid,
en le marco del Colegio Mayor
San Juan Evangelista, que en la
sesión del sábado por la tarde
se vio desasistido debido al
tiempo. Las otras dos
actuaciones, el sábado por la
noche y el domingo por la tarde,
lograron recomponer la
normalidad, y el teatro se llenó
como es debido a este pianista
catalán.
Tete Montoliu, que parece un
mirlo blanco en el desértico
ambiente del jazz hispano,
volvió para proporcionarnos el
placer de algo conocido que no
se resigna a permanecer igual a
sí mismo. Su estilo no es muy
complicado de apreciar. No van
con él las grandes
disquisiciones, los movimientos
laterales y / o abruptos de la
melodía o los contrastes
salvajes. No. Su línea melódica
es más bien ondulada, pero neta
y clara. Su mano derecha muestra
un prodigio de agilidad que en
Tete no es un hecho meramente
físico, sino, sobre todo,
espiritual. La izquierda, en
tanto, abandona casi por
completo esa digitación
prodigiosa y entra más en el
terreno de los acordes, de unas
armonías nunca o casi nunca
demasiado alejadas en altura del
chorreo de notas que nos
proporciona su hermana. Tal
parece que esas manos reunidas,
así como un parco empleo de los
pedales o el mantenimiento de
una pulsación casi siempre
igual, sirven a Tete para, en
determinados y estratégicos
momentos, acentuar salvajemente
algún cambio de pasaje, la
entrada de alguna improvisación,
una variación de tiempo…
Cuando uno se introduce en la
interpretación tras ese primer
paisaje de la velocidad
arrebatada y la claridad de
exposición, se encuentran aún
nuevos matices, como debe
suceder en cualquier artista que
se precie de serlo. Son esas
mínimas retenciones de los
silencios, esas aparentes dudas
a la hora de atacar una nota en
medio del compás, las que
definen la síncopa y crean el
swing. Son esas pequeñas citas
que pueden evocar una noche bajo
la mirada ela luna o cambiar su
luz por la de un amanecer
mediterráneo.
Junto a él actuaron el batería
Peer Wyboris y el bajo Horacio
Fumero. Son, sobre todo en el
caso de Wyboris, dos buenos
artesanos que ponen toda su
ciencia al servicio del arte que
crea Tete. Sus improvisaciones
era correctas, pero daba un poco
la impresión de que Tete podía
haber tocado solo.
Sencillamente, está a otra
altura, y, por suerte para todos
nosotros, una muy elevada.
J.M. COSTA – El País – Cultura
09/11/1982
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