Luis Martín
“Randy Weston: el piano africano”

La algarabía estaba en todas partes; la inspiración solamente en la escena. De no ser, claro, que el arte de los intérpretes gnawas y el pianista Randy Weston sea interactivo y la nutrida clientela que abarrotaba el San Juan Evangelista, interviniese en el despliegue de una máquina rítmica llegada desde Marruecos, con el fin de buscar alianza con el veterano jazzista de Brooklyn.

Una propuesta fascinante, desmarcada con mucho de las ya habituales que la escena del jazz a menudo depara en Madrid. Eso es lo que resultó ser, con alternancia de repertorios, el concierto que le pasado sábado ofrecía, por fin, Randy Weston en la ciudad, tras un par de intentos fallidos. Pronto hará una veintena de años que este hombre decidió avenir el conocimiento sobrado, adquirido en cincuenta de vida, con la música de la región africana del Sahel, incorporando al repertorio jazzístico una suerte de dibujos tradicionales que, de siglos, actúan en las culturas del norte del continente negro.

Este pianista de envergadura tan generosa como su permanente sonrisa, se sitúa discreto en la izquierda del escenario y desde su instrumento esencial pormenoriza unas invenciones cuajadas con inteligencia sobrecogedora. Primero explicó el blues desnudo de arropamientos evidentes, para, más tarde, introducirlo, paulatinamente, en el contexto de la música gnawi, resuelta por una terna que formaban Abdellah El Gourd y Mustapha y Abdenebi Ubella.

Llama poderosamente la atención la clase de cálculo matemático con la que el músico coloca la economía de sus notas, a fin de demostrar que un discurso vertebrado por quienes aún despiertan añoranza en algunos de nosotros, es idéntico en mensaje y sesgo al de quien, con saber análogo al de Wynton Kelly, Duke Ellington o Max Roach, dialoga de indisiosa manera, cualquiera que sea el tempo y la complejidad tímbrica a la que se enfrente.

Hubo un lugar para toda clase de combinaciones y arrumacos a las formas de un blues en estado puro, con empuje y martilleo muy obsesivo en los registros más bajos del piano y el cordófono africano. Ése es, precisamente, el modo en el que la melodía adquiere sentido pleno en la repetición, antes de ser arrebatada por un aliento muy lírico y caso místico.

Fue, en fin, una noche sin par, en la que la onda expansiva del África musulmana despegó en varias ocasiones, adormecida, como estaba, el ánimo de muchos de los presentes.


LUIS MARTÍN – ABC – Cultura 18/03/1996

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